miércoles, 6 de marzo de 2013

Rimbaud en Polvos Azules


Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.

Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga de los maestros y en una penosa marcha de los obreros trabajadores de calzado El Diamante y Moraveco S. A., reapareciendo en la plazuela San Francisco dándole de comer a las palomas y en un cafetín donde rociaba migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito y estupefacto releía un diario de la tarde. 

Las personas que lo vieron aseguran que denotaba cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras cigarrillo.

Pálido como una hermelinda, de contextura delgada, entre las manos portaba un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la mano pidiendo la cuenta.

Pagó 13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una muchacha al reconocerlo le tendió la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en esos momentos contemplaban la escena -serían unas 15, de 20 no pasan- reunidos bajo el toldo de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.

Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr. Leticia y la calle Caquetá en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos coincidían en afirmar que su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema y al orden establecido y que mejor era dar parte a la policía. Y la descripción que de él dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a un maleante.

La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su abundante cabellera pendía un turbante turco y una argolla de bronce aparecía en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió amenazadoramente aseverando que todos ellos estaban alienados y que más bien había que cumplir al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo Rimbaud "Hay que cambiar la vida" para lo cual había que destruir todo un sistema inhumano injusto y atroz.

¡Linda manera de hacerse oír! terció la voz de un anciano, y un muchacho de secundaria dijo ¡Buena, tío! y la muchacha que fue invadida de luces anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera corriendo hasta llegar a un muro donde inscribió esta significativa palabra FIN.

(Escrito en 1973 por Jorge Pimentel, Poeta del grupo Hora Zero)


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