sábado, 3 de noviembre de 2012

El mago del romanticismo horrible: Edgar Allan Poe


Hilo por hilo fue tejiendo la urdimbre oscura, aquella que envolvió al orbe en un sopor de magnetismo negro, un péndulo yendo lentamente entre el horror y la melancolía. Siempre tuvo el signo de la locura, posiblemente solapada al principio, pero cómo algún mortal no terminaría despojándose de la razón al transitar por sendas tan tenebrosas como la misma atmósfera de sus cuentos. Poe mira a Plutón, toca su lomo y vuelve a perderse en ese ojo de fuego que ocupa el lugar del órgano arrancado al felino. Y es ahora Plutón, el animal de El gato negro, quien esconde el cadáver de Edgar Allan, en una pared de papel cubierta de historias, versos, letras con sangre invisible plasmada en la memoria del tiempo. El cadáver de Poe escondido detrás de sus mismas páginas, ¡quién lo diría!

Porque el arte debería terminar por esconder a su autor, borrándolo, como propone Oscar Wilde, si no fuera por la tormentosa y controversial vida de este maestro del terror y la literatura gótica, además, autor de la primera historia detectivesca del mundo. He aquí otro ser humano despojado del cariño de sus verdaderos padres. Nacido en Boston en 1809,  hijo de Elizabeth Arlold Poe y David Poe, actores ambulantes de teatro, a la edad de dos años fue educado por Jhon Allan, un acaudalado hombre de negocios de Richmond. El joven Edgar jamás llegaría a tener una buena relación con su “padrastro”, hecho que motivó una rebeldía y desorden. Todo ello, desembocó insoslayablemente en el caos que encuentra un hombre que se deja llevar por la tentación del juego y la bebida, palabras claves que serían su condena y karma hasta el final de aquella existencia.

Empezó a escribir en un ambiente donde no había una tradición literaria. Culturalmente, Estados Unidos no tenía una presencia a nivel mundial sino hasta el siglo XIX, lo mismo, la obra del autor de El cuervo. Sin embargo, tenía dos autores muy presentes en su infancia y adolescencia: Robinson Crusoe y Lord Byron. Influenciado por ellos, publica su primer libro en Boston, Tamerlán (1827). Por ese entonces ya estaba matriculado en la Sección de Lenguas Antiguas y Modernas, en la Universidad de Virginia. Dos años después llegarían títulos como Al Aaraaf, Tamerlán y otros poemas menores.

Con respecto a su estilo sombrío, sus biógrafos coinciden que fue un hecho en particular lo que suscitó en él la fascinación necrófila. A los 14, tuvo su primer amor con la madre de un compañero de clase. Teniendo en cuenta la alteración hormonal, los desajustes e imborrables huellas que pueden registrarse en dicha etapa, podemos afirmar que la señora Jane Stith Craig Stanard lo cautivó a tal punto que, cuando ella falleció al año siguiente de haber iniciado sus encuentros, a la edad de 30 años, el autor de La máscara de la muerte roja la seguiría idolatrando, pues a esa señora de extraordinaria belleza estaría dedicado el famoso poema To Hellen:

 Todo, todo, todo cambia. De la luna la luz límpida la luz de perla se apaga. El perfume de las rosas muere en las dormidas auras. Los senderos se oscurecen. Expiran las violas castas. Menos tú y yo, todo huye, todo muere, todo pasa… Todo se apaga y extingue menos tus hondas miradas…

 En 1833 Poe se muda a Baltimore. Allí se casó en 1836 con Virginia, hija de su tía materna, luego se muda a Philadelphia donde trabajó como escritor y editor. Colaboró con un periódico llamado Southern Literary Messenger. Tuvieron tanto éxito sus poemas, historias y críticas que, teniendo una tirada de 700 ejemplares, con las colaboraciones de Poe, el diario alcanzó a vender más de 5000.

En 1847 su esposa muere de tuberculosis. Esto sería el principio de su caída emocional, Poe empieza a hundirse en la desesperación y vuelve a refugiarse en el alcohol y los juegos. Durante esa época escribe El pozo y el péndulo, Eureka, La máscara de la muerte roja, Las Campanas y El cuervo.

A Edgar Allan Poe lo encontraron un 3 de octubre en Baltimore, vestido con ropas de otro y en un estado de absoluta postración, una semana después de haber salido con unos amigos a visitar unas tabernas. Es internado en el Washington College Hospital donde certificaron desnutrición y alcoholismo. A las 5 de la mañana, un domingo 7 de octubre como hoy, en 1849, la figura principal del género de terror finalmente abandona este mundo.

 El aura oscura de El gato negro y El cuervo

 Estos dos textos tienen, entre otras características en común, el hecho de representar en un animal toda la maldición, de la cual sería víctima el ocasional personaje de la historia. En el primer caso, un amante de los animales que extrañamente acaba por odiar a Plutón, su gato, a tal punto de arrancarle con frialdad uno de sus ojos. Poe busca estremecer al lector, moverlo de su cómodo asiento para internarlo en un terrible ambiente donde las fuerzas negativas hacen sentir su majestad al ser humano. El hombre siempre acaba derrotado por las sombras, tal es el caso del autor en casi toda su vida, pues a pesar de que en algún momento sus textos le dieron cierto renombre y ganancias económicas, Edgar Allan nunca salió de la pobreza. Recordemos los gastos que debió asumir al ver a su última esposa enferma de tuberculosis. La venganza del mal concluye con el espíritu delator del felino, quien fantasmalmente da a entender que el desquiciado protagonista fue el culpable del asesinato de su mujer. Y la musa muerta lo seguirá acompañando en su oficio de escriba, lo seguirá tentando a desgarrar esa inmensa oscuridad de su vida para llegar a un clímax fabuloso donde entregará su alma del todo, para escribir este homenaje a la noche, la soledad y el terror: El cuervo.

Este alado demonio, dotado de una sola frase: “Nunca más”, es la figura del tormento en un extenso y apasionante poema que fascina con su música fúnebre. Versos tan sonoros como: ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!, o las siguientes líneas:

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

 Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama.

 Finalmente, ebrio de sombras a razón de tanto hurgar en la vida y obra de este genio de la literatura estadounidense, sólo queda decir que nada complacería más a este poeta, exactamente a 163 años de su muerte, que un leve gesto de impresión y sorpresa, un minúsculo espasmo nuestro, después de encontrarnos cara a cara con esa noche deshabitada de luz en las historias, sentencias y razonamientos suyos. Hágalo tan sólo por experimentar la sensación de encargar por un momento su espíritu a este hechicero de fuegos macabros.

Verá como el calor de sus páginas irá mostrándole esa urdimbre hilo por hilo; hilo por hilo usted se irá perdiendo en esa magia de espanto definitivo.

A propósito ¿cuándo fue la última vez que usted vio un gato negro por allí?  

Texto de Ernesto Facho Rojas 

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