Como mediadora de lectura, bibliotecaria y educadora, confieso que pocas noticias me han indignado tanto como la reciente multa impuesta por Indecopi a un colegio privado de Lima, tras la denuncia de un grupo de padres de familia que consideró “inadecuados” algunos libros de su biblioteca escolar. ¿El motivo? Esos textos abordan temas como la sexualidad, el consumo de sustancias y otras cuestiones que, aunque sensibles, forman parte de la vida real y del aprendizaje humano.
Pero lo que aquí se ha censurado no son solo libros. Se ha censurado una biblioteca. Se ha censurado un espacio educativo. En suma, se ha puesto en entredicho el corazón mismo del derecho a aprender y a leer libremente.
Proteger a las y los estudiantes no significa ocultarles el mundo, sino ayudarlos a comprenderlo. El papel del educador, del bibliotecario y del mediador de lectura no es blindar la curiosidad, sino acompañarla con criterio, confianza y diálogo. La lectura no adoctrina: libera, amplía la mirada y fortalece el pensamiento crítico.
Si entendemos la biblioteca como ese lugar donde se resguarda el conocimiento, la memoria y la cultura universal, pero también como un espacio de diversidad y reflexión, entonces prohibir libros es negar los pilares de la educación misma.
Y no se trata de títulos cualquiera: entre los libros censurados hay Premios Nobel y autores fundamentales de la literatura universal. Si seguimos esa lógica, ni Caperucita Roja se salvaría.
Lo más preocupante es que esta decisión sienta un precedente peligroso. Indecopi ha actuado como si pudiera determinar qué es o no “apropiado” en materia bibliográfica, ignorando que el ente rector de las bibliotecas en el Perú es la Biblioteca Nacional del Perú (BNP). Esta institución es la llamada a definir los criterios técnicos, éticos y pedagógicos del servicio bibliotecario.
Como profesionales del libro, la lectura y la educación, no podemos permanecer en silencio. La censura no protege: empobrece. Nos arrebata la posibilidad de formar lectores libres, críticos y empáticos. Y eso —en cualquier época— es lo verdaderamente grave.
🔖 Leer es un derecho cultural. Defenderlo es una forma de resistencia.

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