martes, 22 de enero de 2013

“One today”, poema que Richard Blanco lee a Barak Obama

Presentamos, en versión del escritor Gerardo Cárdenas, director de la revista Contratiempo de Chicago, “One today” del poeta norteamericano de ascendencia cubana Richard Blanco. Blanco fue invitado por el presidente Barak Obama a participar en la ceremonia de investidura. En seguida el poema leído en el evento. Richard Blanco es autor del poemario “ City of Hundred Fires”.

Hoy una luz

Un sol se alzó hoy en nosotros, encendido sobre nuestras costas,
espiando  sobre las Smokies, saludando los rostros
de los Grandes Lagos, regando una simple verdad
a lo ancho de las Grandes Praderas, para luego lanzarse contra las Rocallosas.

Una luz, que despierta tejados, bajo cada uno una historia
que cuentan nuestros mudos gestos al moverse tras las ventanas.

Mi rostro, tu rostro, millones de rostros en los espejos de la mañana,
cada uno bostezando ante la vida, en gradual ascenso hacia nuestro día;
camiones escolares como lápices amarillos, el ritmo de los semáforos,
puestos de frutas: manzanas, limones, y naranjas como arcoíris
pidiéndonos un elogio. Plateados camiones cargados de aceite o papel—
ladrillos o leche, como enjambre en las carreteras junto a nosotros,
que vamos camino de limpiar mesas, leer carpetas o salvar vidas—
a dar clases de geometría, o vender comestibles como lo hizo mi madre,
por veinte años, para que yo pudiera escribir este poema.

Todos tan vitales como la luz que atravesamos,
la misma luz sobre los pizarrones de la clase de hoy:
ecuaciones por resolver, historias que cuestionar, o átomos por imaginar,
aquel “yo tengo un sueño” que seguimos soñando,
o el imposible vocabulario de la pena que no explicará
los pupitres vacíos de veinte niños ausentes
hoy, y para siempre. Muchas oraciones, pero una luz
que infunde color a los vitrales,
vida a los rostros de bronce de las estatuas, calor
a los escalones de los museos y las bancas de los parques
donde las madres miran a sus hijos jugar al paso del día.

Un suelo. Nuestro suelo, que nos arraiga a cada tallo
del maíz, cada espiga de trigo sembrada con sudor
y manos, manos que recogen el carbón o ponen molinos
en los desiertos y las cimas de las colinas para darnos calor, manos
que cavan zanjas, que enlazan tuberías y cables, manos
tan gastadas como las de mi padre tras cortar caña
para que mi hermano y yo tuviésemos libros y zapatos.

El polvo de granjas y desiertos, ciudades y praderas,
mezclados por un viento –nuestro aliento. Respira. Óyelo
hoy en el precioso jaleo de cláxones de taxis,
camiones que se lanzan por las avenidas, la sinfonía
de pasos, guitarras, y escandalosos trenes subterráneos,
el inesperado canto del pájaro sobre el tendedero.

Oye: los rechinantes columpios del parque, el pitido de los trenes,
o los susurros que escapan de las mesas del café, oye: las puertas que nos abrimos
cada día, diciéndonos: hola | shalom,
buon giorno | howdy | namasté | o buenos días
en el idioma que mi madre me enseñó —en cada idioma
hablado en el viento que transporta nuestras vidas
sin prejuicio, como estas palabras que parten mis labios.

Un cielo: desde los Apalaches y las Sierras reclama
su majestad, y el Mississippi y el Colorado serpentean
su cauce hacia el mar. Agradecemos el trabajo de nuestras manos:
tejen acero para formar puentes, escriben otro informe a tiempo
para que lo vea el jefe, dan puntadas a otra herida
o uniforme, dan la primera pincelada a un retrato,
o el último escobazo al piso más alto de la Freedom Tower
elevándose hacia un cielo que cede ante nuestra persistencia.

Un cielo, hacia el que a veces alzamos nuestros ojos
cansados de trabajar: algunos días quieren adivinar el clima
de nuestras vidas, algunos días dan gracias por un amor
correspondido, algunas veces dan gracias por una madre
que supo cómo dar, o perdonan a un padre
que no pudo dar lo que quisimos.

Nos vamos a casa: a través del lustre de la lluvia o el peso
de la nieve, o el plúmbeo rubor del ocaso, pero siempre —la casa,
siempre bajo un cielo, nuestro cielo. Y siempre una luna
como un mudo tambor que resuena sobre cada tejado
y ventana, de un solo país —todos nosotros—
de cara a las estrellas
esperanza —una nueva constelación
que espera que la bosquejemos,
que espera que la nombremos —juntos.

Fuente aquí

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