domingo, 16 de septiembre de 2012

Las frases eróticas más bellas de la literatura


¿Quién no ha buscado, incluso antes de haber comenzado a leer una novela, el capítulo "caliente", el que más que ningún otro firma el talento y la imaginación del autor?

* Se había puesto a
 repetir mi nombre como una letanía. Bajito. Así es como mi nombre se convirtió en un lamento. Pascual Quignard.

* Si hubiera dicho que su abrazo iba más allá del abrazo, tanto que al final se confundían sus contornos, tanto que nuestra carne desaparecía, tanto que perdíamos nuestra respiración, devorados ella y yo por la misma boca sangrienta e insaciable. Mircea Eliade.

* Jamás había sido besada por una mujer, con fuerza, a fondo, completamente, como por un hombre (...) tuve esta revelación igual que se penetra en una sala misteriosa, cuando me arrastró allí donde imaginaba no poder soportar más el dolor y luego más lejos aún, allí donde no había dolor en absoluto. Kate Millet.

* Ya no es altiva, la despreciadora voluptuosa la que estrecho sobre mi corazón. (...) Es mi voz, esta voz que murmura: Lo que quieras, lo que me pidas, lo haré, lo haré. Pierre Benoit.

* (...) experimentar una vez más este instante trémulo, tenerle, conocerle y dejarle irse, como un pájaro cautivo que sentimos palpitar bajo nuestros dedos antes de liberarle en el aire claro. "¡Ahora, sí! ¡Oh Dios mío!" le oí exclamar al segundo de su vuelo. John McGahern.

* Nigromanta le esperaba para enseñarle, en primer lugar, a hacer como las lombrices, luego como los caracoles y finalmente como los cangrejos... Gabriel García Márquez.

* Sin embargo, no decía ni una palabra, parecía estar inmóvil, insensible a sus terribles golpes, y yo simplemente distinguía en ella un movimiento convulsivo de sus dos nalgas, que se estrechan y dejaban de estrecharse a cada instante. Jean-Baptiste de Boyer d´Árgens.

* Le unté con crema el ano. Tenía nalgas de ángel. Entré en ella como en una religión. Bertrand Blier.

* Me concedió algunos minutos de tregua antes de volver con un objeto que no reconocí enseguida, sino que se reveló como un simple calzador de hierro forjado sobre un tallo de bambú que ella probó en su palma antes de volverme contra la pared... Almudena Grandes.

* Y cuando sintió una mano que se deslizaba por entre las bragas bordadas de encaje, justo para desnudar sus riñones con precisión -pero tiernamente, con reverencia-, la idea que se le vino a la cabeza, es que estaba muy contenta de estar en Inglaterra, y de aprender las costumbres británicas. Helen Zahavi.

* Y el último de mis besos se perdió entre sus labios húmedos, mojados de deseo, enardecidos por el jugueteo de mi lengua en ese pequeño razgo de carne que endurecido, no dejaba de temblar hasta llenar mi boca del sabor más intenso. Don Juan De Marco.

Texto: 
del perfil de facebook: Por el derecho a un orgasmo diario


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