viernes, 17 de enero de 2020

El librero Juan Mejía Baca

Retrato de Juan Mejía Baca
(Repositorio PUCP)
Piurano, nació el 17 de Enero de 1912. Formado en Chiclayo, multifacético, fue músico, historiador y editor. Vivió en Puerto Eten gran parte de su vida. Librero y editor peruano. Obtuvo su patente como editor en 1945 y ahí empezó su carrera.


Se subraya que fue amigo de Raúl Porras Barrenechea, Sebastián Salazar Bondy, Ciro Alegría, José María Arguedas, Jorge Basadre y Martín Adán, quienes siempre lo visitaban en su librería de la calle Los Huérfanos (el 722 o 716 del jirón Azángaro), un polo cultural por 40 años, a donde llegaban también figuras internacionales como el poeta chileno Pablo Neruda, para conversar con el ilustre librero. 
Editó mas de 145 autores peruanos. 

Fue Director de la Biblioteca Nacional Del Perú, de 1986 a 1990. 
Era julio de 1990 cuando Juan Mejía Baca dejó la Biblioteca Nacional del Perú tras cuatro años como director. Su discurso permanece lozano, porque la urgencia de políticas culturales todavía es una constante.

Dijo: “Un país que no cultiva la cultura es un juguete de pasiones y ambiciones; el progreso de una Nación se logrará en la medida en que aumente el nivel cultura de sus habitantes y que estos conviertan su voluntad en acción”.

Y Mejía Baca había cumplido la labor encomendada cabalmente. Sacó garras para lograr presupuestos y le dio a la BNP un local idóneo: la actual sede en San Borja se alza en un terreno de Centromin Perú que el Congreso transfirió a la biblioteca por presión del librero.

Durante su gestión, la BNP adquirió 150,000 placas del archivo Courret; IBM donó un millón de dólares en equipos de cómputo. Sin embargo, Mejía Baca no pudo consolidar su proyecto Biblioteca Itinerante o la Biblioteca Básica del Perú, que era el lanzamiento de un libro mensual con el Banco Central de Reserva del Perú. Entre sus proyectos editoriales, inconcluso, dejó las Obras Completas del Inca Garcilaso de la Vega y la colección Cronistas de la Conquista.


“Desgraciadamente, a estas alturas de mi vida sigo constatando que cuando se trata de la cultura, los gobiernos proceden después de lo último”, respondió al diario La República, tras dejar su cargo.

Promovió el festival del libro. Merecedor de la Orden El Sol Del Perú Y Las Palmas.

Gracias a su personalidad apasionada y terca, Mejía Baca editó colecciones vitales para la comprensión del país. Cito: el Anuario cultural del Perú, Historia del Perú Antiguo, de Luis E. Valcárcel; el Diccionario Enciclopédico del Perú, las Obras completas de Haya de la Torre, Enciclopedia ilustrada del Perú, de Tauro del Pino. O Cuentos andinos, de Enrique López Albújar, que logró 17 ediciones con el sello de Mejía Baca, desde 1950.

Promovió premios literarios, conferencias, también publicó la colección de discos-testimonio Perú vivo. Como seguidor de César Vallejo, la frase vallejiana con la que emprendía sus nuevos proyectos era siempre: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”.

Del extranjero editó El profeta, de Khali Gibran, o la primera traducción de Música de cámara, de James Joyce.

El editor confió en una entrevista a La Tercera: “No son capricho de uno. […] Corresponden a una auscultación de una necesidad y naturalmente siempre he tratado de satisfacer esa necesidad en el plano del contenido. Si se da calidad en el contenido de una obra o un poema, eso queda. Nosotros hemos publicado lo que en nuestro medio los intelectuales dan”.

Pero también tenía una misión social, y esa se traducía en libros al alcance de los bolsillos, con sus ediciones populares, que superaron en tiraje los 50,000 ejemplares. En total, publicó a 144 autores en 180 títulos.

Lo que hizo a favor de la cultura del país fue vital, pero Mejía Baca declinó cuando lo designaron para que recibiera la Orden al Mérito en el Grado de Gran Cruz por sus servicios distinguidos. Él dijo que no la merecía. 
Consecuente, señala su leyenda que en 1967, cuando el gobierno de turno dispuso una quema de libros, devolvió la Orden El Sol del Perú y las Palmas Magisteriales. Conocido por su frase “Para quemar un libro se necesitan sólo dos cosas un libro y un  imbécil”


España lo condecoró en 1990, año en el que parecía despedirse de todos, con la Encomienda de Número de la Orden de Isabel la Católica por “el obstinado transcurrir de una vida dedicada a mantener, cultiva y promover, humana e intelectualmente, los valores culturales que nos son comunes”.

Un cáncer al páncreas lo derrotó a las seis de la mañana del 28 de mayo de 1991. Expiró en una habitación del cuarto piso del hospital Rebagliati. Tenía 79 años de edad. 
Como era una mente privilegiada, la Cámara de Diputados decretó un minuto de silencio en su memoria. Y en la BNP, una bandera flameó a media asta en señal de duelo.

Cumpliendo sus deseos, no hubo velatorio y su cuerpo fue cremado en el cementerio Británico del Callao. “El Perú debe guardarlo en su memoria como uno de los defensores más asiduos de nuestra cultura”, dijo el político y periodista Alfonso Grados Bertorini en la magra ceremonia.


El Comercio reseñó ese viaje a la raíz, cuando sus cenizas llegaron a Puerto Eten y pasearon por las calles hasta la calle Libertad 140, donde el librero vivió sus años infantiles. El cofre, sobre una pirámide de libros, era envuelta en una banderola con los versos más famosos del bardo del siglo XVI, Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir.” Luego, las cenizas se esparcieron en alta mar.

Mejía Baca fue uno de los últimos libreros que conocían al detalle cada rincón de la Lima virreinal.

Texto elaborado en base a nota publicada en El Peruano

Más sobre Juan Mejía Baca, en el blog CopyPasteIlustrado: Juan Mejía Baca cuenta por qué era tan difícil editar libros en la época de Belaúnde

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